Aquí les va, cortesía del Gral. Douglas McArthur (si me equivoco en esto, por favor avísenme mediante un comentario):
Dame, Oh Señor, un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuando es débil, y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo, un hijo que sea orgulloso e inflexible en la derrota honrada, y humilde y magnánimo en la victoria.
Dame, Oh Señor, un hijo que nunca doble la espalda cuando debe erguir el pecho, un hijo que sepa conocerse así mismo y conocerte a ti, que eres la piedra fundamental de todo conocimiento.
Oh Señor, condúcelo te lo ruego no por el camino cómodo y fácil sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los retos. Allí déjale aprender a sostenerse firme en la tempestad y sentir compasión por los que fallan.
Dame un hijo, cuyo corazón sea claro, cuyos ideales sean altos, un hijo que se domine así mismo antes que pretenda dominar a los demás, un hijo que aprenda a reír, pero que también sepa llorar, un hijo que avance hacia el futuro, pero que nunca olvide el pasado.
Y después que le hayas dado todo eso agrégale, te lo suplico suficiente sentido del buen humor de modo que pueda ser siempre serio, pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale la humildad para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza.
Entonces, yo su padre, me atreveré a murmurar: “No he vivido en vano”.